11/12/07

Muñecos discursivos

¿Por qué estos muñecos?

Me lo he preguntado muchas veces y nunca supe responder a esta pregunta; tampoco sé de dónde vienen. Mis influencias dan como resultado un cóctel ecléctico: Magritte, Nine, las lecturas de Rodrigo Fresán, Leo Masliah, Peirce, Juana Molina, Michel Foucault, Laurie Anderson, Archimboldo, un cuadro de Pablo Picasso, Bill Plymton, Botero,
mis muñecos de Star Wars, y la lista continúa…









Si lo que hago no se asemeja a nada de lo anterior, y en cambio sólo materializa algún aspecto de aquello que me ha permitido construir una manera de mirar el mundo, entonces estos muñecos son parte de un nuevo mundo. El anterior ha sido sustituido y la vanguardia clásica, así lo ha definido un amigo, es una nueva escuela dentro de este tiempo.




Las palabras se adhieren al objeto, lo dejan sin alternativas, y lo transforman en un discurso efímero pero eficaz. No voy a explicar por qué se llama Big Mac este primer muñeco, ni tampoco el anterior Bolsillito.
Sólo queda que los nombre, y empiecen a ser eso que las palabras dicen... devolviéndome la posibilidad de observar por primera vez algo, un muñeco discursivo.



George Washington






Jorgelina Sello






Hiroshima Mon Amour






Se comió todos los chicos...








Texto para la muestra de Nov. 2007 - Demetrio - La Plata


Jorge Luís Borges solía decir que todos estamos condenados a ser “fatalmente contemporáneos”. La sentencia, literaria y bella, se ajusta a casi todos los órdenes de la vida, incluso al arte, naturalmente, pero los trabajos de Ariel Barbieri acaso escapen a la definición. Y la conjetura tiene que ver con que sus muñecos combinan a la perfección dos estilos, dos variantes, dos formas, dos maneras de sentir el “inconcebible universo”: son dueños de una especie de “vanguardia clásica” casi imposible de encontrar en los arrabales que solemos frecuentar. Ambos conceptos no se excluyen en la imaginación de Barbieri, se complementan y juegan con el tiempo y el espacio a su antojo porque hubiesen admitido la calificación, la observación, la subjetiva clasificación, siempre, antes y alguna vez, en el pasado certero y en el futuro improbable. También ahora. Emparentar lo que fue con lo que aún no sucedió es una de las formas de la vanguardia, de la trasgresión. Pero un detalle es preciso para que este tipo de combinaciones genéticas aparentemente imposibles sucedan de tanto en tanto: es obligatorio el talento de Barbieri para que la simbiosis entre lo concreto y lo probable acontezca. Y la bienvenida paradoja es que la sorpresa sucede. No hay capillas sextinas ni combates bíblicos que anuncian eternidades litúrgicas. Hay, existe, simplemente un objeto que responde a la incuestionable denominación de “Se comió todos los chicos”. Aparentemente es sólo un muñeco, una forma que trascenderá los tiempos. Pero, verbigracia, la subjetividad del artista se transforma en mucho más: en una lectura política de la reciente y larga noche Argentina. El arte es una de las formas de decirlo, de recordarlo, de memorarlo. Y se entiende ahora y se comprenderá siempre, incluso cuando el futuro sea pasado. Por eso Barbieri es clásico y vanguardista al mismo tiempo. También aparece “Jorgelina Sello”, una mujer timbre, una mujer estampilla, que como Gregorio Samsa, se metamorfosea en el sello que le permite, azarosamente, abandonar las fronteras de una patria imaginaria y exiliada que bien puede ser esta o cualquiera. Pero se convierte en el mismo objeto que permite rubricar su existencia nómade: la transformación le otorga la posibilidad de ser a través del objeto deseado y así, saltando de pasaporte en pasaporte, le imprime a su vida una vitalidad móvil sin la cual podría pensar siquiera en existir. Ella es en tanto sello. El sello, su idea, sin ella, no existe. Simplemente no es.“Walter Jarrón”, en este itinerario constante, es casi la exaltación de la metáfora, de la comparación: él mismo se transforma en objeto, en decorado, en suntuosidad periférica, en escenografía abundante y sobrecargada. Él, por sí mismo, es la consagración del “matrimonio perfecto”, burgués y acostumbrado. Fungible y maleable, es apto para estar y ser ubicado en cualquier parte donde no moleste y donde su perfección ornamental asegure que todo quedará igual, que los cambios no existen y que las alteraciones son febriles e imposibles. Tal vez, y sólo tal vez, para no asegurar subjetividades inevitables, es que por esto que los muñecos de Ariel Barbieri suscriben la vanguardia y el clasicismo: porque como el Orlando de Virgina Wolf, son y serán en cualquier época, independientemente de la geografía, incluso aquí, en el difuso y lejano sur de las diagonales platenses.




El texto es de Martín Zubieta





Animaciones Rústicas













Design Suites-Mayo 2008






Presentación Muestra Design Suites - Mayo 08





Junto a Compás Heidegeriano
en la muestra de junio








Masonería platense


en el subsuelo de la catedral,


observando las fundaciones de la ciudad de La Plata.


Julio - 2008